lunes, 20 de agosto de 2012

¿Qué tienen en común Maquiavelo, Moro, Montaigne, Cervantes y Shakespeare? PARTE IV


Aún si la ira de Dios continúa contra nosotros, lo que la Fortuna decida lanzar sobre nosotros lo soportaremos pacientemente.
Ensayos
Michel Montaigne

En la segunda mitad del siglo XVI Michel Montaigne (1533-1592), fue testigo de las guerras civiles de la religión que desangran Francia y en concreto el marco de la revolución hugonota[1] y una separación interna de su familia debido a la conversión al calvinismo de algunos parientes. Tuvo conocimiento de América y se abre a los informes de diversas culturas, costumbres y valores que se extienden en discusiones por toda Europa. “Percibe además la crisis del paradigma aristotélico-escolástico, cada vez más atacado y en un número mayor de fuentes”.[2]                                                                                                                                
En el marco de la Revolución Hugonota, Q. Skinner, da cuenta de que en contraposición al movimiento político se obtuvo una reacción hostil. “Una causa importante de esta hostilidad surgió en el renacimiento en el decenio de 1570, de una forma escéptica y quietista de pensamiento estoico moral y político, visión que, como hemos visto, ya se había popularizado en las últimas fases del humanismo de Quattrocento.”[3]El principal resurgimiento de las doctrinas estoicas entre los humanistas franceses se dieron en 1572 y la afirmación más contundente de ello resulta ser Montaigne.
                                                               
 Autor de una obra original que daría comienzo a un nuevo género literario y filosófico con sus Ensayos publicados en 1580. “En ella Montaigne se pinta a sí mismo, hace su propio yo objeto de indagación y presentación en su movimiento, en su constante desplazarse de unos pensamientos y preocupaciones a otros”.[4] Utiliza el “yo propio” para ejercer una consideración libre y crítica de la sociedad y cultura contemporánea que lo rodea. “Nos presenta una visión en que los elementos del estoicismo son más libremente criticados, además de estar entrelazados con creencias escépticas y epicúreas”.[5] 

Montaigne se caracterizó por una amplia lectura de la literatura antigua restaurada en el momento del Humanismo, desarrollando así su idea de escepticismo con base a la lectura de la obra de Diógenes Laercio Vidas de filósofos, y especialmente reinterpretando y adoptando las ideas de Pirró quien “filosofó nobilísimamente, introduciendo cierta especie de incompresibilidad e irresolución en las cosas de cierta especie […] asimismo decía que no hay nada realmente cierto, sino que los hombres hacen todas las cosas por ley o por costumbre; y que no hay ni más ni menos que en una cosa que en otra”.[6]                                                                                                                   

Montaigne usará el escepticismo como crítica de una razón dogmatica, es decir, de la pretensión de un conocimiento de la realidad como tal y a los sistemas de valores absolutos y necesarios. Por otra parte, con ello mostró la consiguiente intolerancia ante las opiniones o códigos de valor diferentes y la perturbación de la convivencia que resulta de ello.   Montaigne jugó con un doble papel en el escepticismo, ya que apoyó la adhesión no dogmática de la tradición religiosa rechazando innovaciones tales como la Reforma. “Subraya que su propia actitud hacia las controversias con los hugonotes por culpa de los cuales hoy se ve Francia agitada por guerras civiles y es que el bando mejor y más sano es indudablemente el que mantiene la antigua religión y el antiguo gobierno del país.”[7] 

Montaigne exhortó a sus correligionarios a que no cedieran ante las presiones de los hugonotes y que no flaquearan en sus creencias religiosas argumentando que la actitud más prudente era someterse por entero a la autoridad del gobierno eclesiástico este es “el otro aspecto de este cardinal deber de sumisión que subrayan los moralistas estoicos es la necesidad de permanecer obedientes en todo momento a los poderes existentes, por muy imperfectiblemente que cumplan con sus cargos.”[8]Este aspecto lo resaltó en su ensayo De la Costumbre, y de no Cambiar Desenvueltamente una Ley Recibida, escrito en 1572 a 1574.

Dada la experiencia hugonota, Montaigne no fue temeroso en mostrar su desprecio hacia los hugonotes y ni mucho menos ensalzar su idea de dejar las leyes y el gobierno exactamente como se encontraban. Montaigne lo resumió así: “Como casi no podemos apartarnos de su tendencia acostumbrada sin romperlo todo, la moraleja básica es que el mal más antiguo y conocido siempre es más tolerable que el mal nuevo y no probado”.[9] Toda esa obediencia tiene que ser llevada con dignidad y en la misma radica la libertad manteniendo el juicio crítico de la razón para perseverar en la construcción del “yo interno”.


[1] Q. Skinner, Los fundamentos del pensamiento político moderno, FCE, México, 1990, pp. 246-310.
[2] Emilio Lledó, Op. Cit., p. 113.
[3] Q. Skinner, Op. Cit., p. 283.
[4] Emilio Lledó, Op. Cit., p. 113.
[5] Q. Skinner, Op. Cit., p. 284.
[6] Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos más ilustres, Porrúa, México, 2003, p. 321-337.
[7] Q. Skinner, Op. Cit., p. 289.
[8] Ibid.
[9] Ídem., p. 291.

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