Aún
si la ira de Dios continúa contra nosotros, lo que la Fortuna decida lanzar
sobre nosotros lo soportaremos pacientemente.
Ensayos
Michel
Montaigne
En
la segunda mitad del siglo XVI Michel Montaigne (1533-1592), fue testigo de las
guerras civiles de la religión que desangran Francia y en concreto el marco de la revolución hugonota[1]
y una separación interna de su familia debido a la conversión al calvinismo de
algunos parientes. Tuvo conocimiento de América y se abre a los informes de
diversas culturas, costumbres y valores que se extienden en discusiones por
toda Europa. “Percibe además la crisis del paradigma aristotélico-escolástico,
cada vez más atacado y en un número mayor de fuentes”.[2]
En
el marco de la Revolución Hugonota, Q. Skinner, da cuenta de que en
contraposición al movimiento político se obtuvo una reacción hostil. “Una causa
importante de esta hostilidad surgió en el renacimiento en el decenio de 1570,
de una forma escéptica y quietista de pensamiento estoico moral y político,
visión que, como hemos visto, ya se había popularizado en las últimas fases del
humanismo de Quattrocento.”[3]El
principal resurgimiento de las doctrinas estoicas entre los humanistas
franceses se dieron en 1572 y la afirmación más contundente de ello resulta ser
Montaigne.
Autor de una obra original que daría
comienzo a un nuevo género literario y filosófico con sus Ensayos publicados en 1580. “En ella Montaigne se pinta a sí mismo,
hace su propio yo objeto de indagación y presentación en su movimiento, en su
constante desplazarse de unos pensamientos y preocupaciones a otros”.[4]
Utiliza el “yo propio” para ejercer una consideración libre y crítica de la sociedad
y cultura contemporánea que lo rodea. “Nos presenta una visión en que los
elementos del estoicismo son más libremente criticados, además de estar
entrelazados con creencias escépticas y epicúreas”.[5]
Montaigne
se caracterizó por una amplia lectura de la literatura antigua restaurada en el
momento del Humanismo, desarrollando así su idea de escepticismo con base a la
lectura de la obra de Diógenes Laercio Vidas
de filósofos, y especialmente reinterpretando y adoptando las ideas de
Pirró quien “filosofó nobilísimamente, introduciendo cierta especie de
incompresibilidad e irresolución en las cosas de cierta especie […] asimismo
decía que no hay nada realmente cierto, sino que los hombres hacen todas las
cosas por ley o por costumbre; y que no hay ni más ni menos que en una cosa que
en otra”.[6]
Montaigne
usará el escepticismo como crítica de una razón dogmatica, es decir, de la
pretensión de un conocimiento de la realidad como tal y a los sistemas de
valores absolutos y necesarios. Por otra parte, con ello mostró la consiguiente
intolerancia ante las opiniones o códigos de valor diferentes y la perturbación
de la convivencia que resulta de ello. Montaigne
jugó con un doble papel en el escepticismo, ya que apoyó la adhesión no
dogmática de la tradición religiosa rechazando innovaciones tales como la
Reforma. “Subraya que su propia actitud hacia las controversias con los
hugonotes por culpa de los cuales hoy se
ve Francia agitada por guerras civiles y es que el bando mejor y más sano es
indudablemente el que mantiene la antigua religión y el antiguo gobierno del
país.”[7]
Montaigne exhortó a sus correligionarios a que no cedieran ante las presiones
de los hugonotes y que no flaquearan en sus creencias religiosas argumentando
que la actitud más prudente era someterse por entero a la autoridad del
gobierno eclesiástico este es “el otro aspecto de este cardinal deber de
sumisión que subrayan los moralistas estoicos es la necesidad de permanecer
obedientes en todo momento a los poderes existentes, por muy imperfectiblemente
que cumplan con sus cargos.”[8]Este
aspecto lo resaltó en su ensayo De la
Costumbre, y de no Cambiar Desenvueltamente una Ley Recibida, escrito en 1572 a 1574.
Dada
la experiencia hugonota, Montaigne no fue temeroso en mostrar su desprecio
hacia los hugonotes y ni mucho menos ensalzar su idea de dejar las leyes y el
gobierno exactamente como se encontraban. Montaigne lo resumió así: “Como casi
no podemos apartarnos de su tendencia acostumbrada sin romperlo todo, la
moraleja básica es que el mal más antiguo y conocido siempre es más tolerable
que el mal nuevo y no probado”.[9]
Toda esa obediencia tiene que ser llevada con dignidad y en la misma radica la
libertad manteniendo el juicio crítico de la razón para perseverar en la
construcción del “yo interno”.
[1] Q.
Skinner, Los fundamentos del pensamiento
político moderno, FCE, México, 1990, pp. 246-310.
[2] Emilio
Lledó, Op. Cit., p. 113.
[3] Q. Skinner, Op. Cit., p. 283.
[4] Emilio
Lledó, Op. Cit., p. 113.
[5] Q. Skinner, Op. Cit., p. 284.
[6] Diógenes
Laercio, Vidas de los filósofos más
ilustres, Porrúa, México, 2003, p. 321-337.
[7] Q. Skinner, Op. Cit., p. 289.
[8] Ibid.
[9] Ídem.,
p. 291.