lunes, 20 de agosto de 2012

¿Qué tienen en común Maquiavelo, Moro, Montaigne, Cervantes y Shakespeare? PARTE IV


Aún si la ira de Dios continúa contra nosotros, lo que la Fortuna decida lanzar sobre nosotros lo soportaremos pacientemente.
Ensayos
Michel Montaigne

En la segunda mitad del siglo XVI Michel Montaigne (1533-1592), fue testigo de las guerras civiles de la religión que desangran Francia y en concreto el marco de la revolución hugonota[1] y una separación interna de su familia debido a la conversión al calvinismo de algunos parientes. Tuvo conocimiento de América y se abre a los informes de diversas culturas, costumbres y valores que se extienden en discusiones por toda Europa. “Percibe además la crisis del paradigma aristotélico-escolástico, cada vez más atacado y en un número mayor de fuentes”.[2]                                                                                                                                
En el marco de la Revolución Hugonota, Q. Skinner, da cuenta de que en contraposición al movimiento político se obtuvo una reacción hostil. “Una causa importante de esta hostilidad surgió en el renacimiento en el decenio de 1570, de una forma escéptica y quietista de pensamiento estoico moral y político, visión que, como hemos visto, ya se había popularizado en las últimas fases del humanismo de Quattrocento.”[3]El principal resurgimiento de las doctrinas estoicas entre los humanistas franceses se dieron en 1572 y la afirmación más contundente de ello resulta ser Montaigne.
                                                               
 Autor de una obra original que daría comienzo a un nuevo género literario y filosófico con sus Ensayos publicados en 1580. “En ella Montaigne se pinta a sí mismo, hace su propio yo objeto de indagación y presentación en su movimiento, en su constante desplazarse de unos pensamientos y preocupaciones a otros”.[4] Utiliza el “yo propio” para ejercer una consideración libre y crítica de la sociedad y cultura contemporánea que lo rodea. “Nos presenta una visión en que los elementos del estoicismo son más libremente criticados, además de estar entrelazados con creencias escépticas y epicúreas”.[5] 

Montaigne se caracterizó por una amplia lectura de la literatura antigua restaurada en el momento del Humanismo, desarrollando así su idea de escepticismo con base a la lectura de la obra de Diógenes Laercio Vidas de filósofos, y especialmente reinterpretando y adoptando las ideas de Pirró quien “filosofó nobilísimamente, introduciendo cierta especie de incompresibilidad e irresolución en las cosas de cierta especie […] asimismo decía que no hay nada realmente cierto, sino que los hombres hacen todas las cosas por ley o por costumbre; y que no hay ni más ni menos que en una cosa que en otra”.[6]                                                                                                                   

Montaigne usará el escepticismo como crítica de una razón dogmatica, es decir, de la pretensión de un conocimiento de la realidad como tal y a los sistemas de valores absolutos y necesarios. Por otra parte, con ello mostró la consiguiente intolerancia ante las opiniones o códigos de valor diferentes y la perturbación de la convivencia que resulta de ello.   Montaigne jugó con un doble papel en el escepticismo, ya que apoyó la adhesión no dogmática de la tradición religiosa rechazando innovaciones tales como la Reforma. “Subraya que su propia actitud hacia las controversias con los hugonotes por culpa de los cuales hoy se ve Francia agitada por guerras civiles y es que el bando mejor y más sano es indudablemente el que mantiene la antigua religión y el antiguo gobierno del país.”[7] 

Montaigne exhortó a sus correligionarios a que no cedieran ante las presiones de los hugonotes y que no flaquearan en sus creencias religiosas argumentando que la actitud más prudente era someterse por entero a la autoridad del gobierno eclesiástico este es “el otro aspecto de este cardinal deber de sumisión que subrayan los moralistas estoicos es la necesidad de permanecer obedientes en todo momento a los poderes existentes, por muy imperfectiblemente que cumplan con sus cargos.”[8]Este aspecto lo resaltó en su ensayo De la Costumbre, y de no Cambiar Desenvueltamente una Ley Recibida, escrito en 1572 a 1574.

Dada la experiencia hugonota, Montaigne no fue temeroso en mostrar su desprecio hacia los hugonotes y ni mucho menos ensalzar su idea de dejar las leyes y el gobierno exactamente como se encontraban. Montaigne lo resumió así: “Como casi no podemos apartarnos de su tendencia acostumbrada sin romperlo todo, la moraleja básica es que el mal más antiguo y conocido siempre es más tolerable que el mal nuevo y no probado”.[9] Toda esa obediencia tiene que ser llevada con dignidad y en la misma radica la libertad manteniendo el juicio crítico de la razón para perseverar en la construcción del “yo interno”.


[1] Q. Skinner, Los fundamentos del pensamiento político moderno, FCE, México, 1990, pp. 246-310.
[2] Emilio Lledó, Op. Cit., p. 113.
[3] Q. Skinner, Op. Cit., p. 283.
[4] Emilio Lledó, Op. Cit., p. 113.
[5] Q. Skinner, Op. Cit., p. 284.
[6] Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos más ilustres, Porrúa, México, 2003, p. 321-337.
[7] Q. Skinner, Op. Cit., p. 289.
[8] Ibid.
[9] Ídem., p. 291.

CRÍTICA HACIA ALGUNAS IDEAS DE NICOLÁS MAQUIAVELO RESPECTO DE LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA

PRIMERA PARTE

Por: David Albeto Valerio Miranda 


Introducción

En el siguiente texto pretenderé ofrecer una crítica hacia algunas ideas de la organización política que propone Nicolás Maquiavelo (1469-1527). La razón por la que pienso que es importante reflexionar con sentido crítico estas ideas es porque tengo sospechas de si ¿hoy en día es posible encontrar influencia de este autor en nuestra organización política?

Para poder realizar de una manera más sensata este intento de crítica me apoyare en una autoridad como es: Karl Marx (1818-1883), de quien analizaremos también algunas de sus ideas para contrastarlas, con las del autor antes mencionado, así como algunas aportaciones de Jean-Jacques Rousseau (1712-1778) que puedan colaborar respecto al tema y mi punto de vista. A manera de enriquecer y profundizar en mayor medida este texto. Además de intentar responder a mis sospechas, otro aspecto rescatable de este texto podría ser: el que nos muestre dos posturas hacia el problema ¿Cómo debemos de organizarnos? Problema que pude competerle tanto a la filosofía política o como a la ética. En esta ocasión sólo nos enfocaremos a las ideas políticas de los autores mencionados.

El texto se organizará de la siguiente manera: primero expondré algunos puntos clave que puedan ofrecer un panorama del pensamiento de Maquiavelo respecto al tema, posteriormente ofreceré algunos argumentos de Marx. Para finalizar palparé una posible conclusión de este contraste. Cabe aclarar que las citas de Rousseau y mis comentarios serán intercalados durante el desarrollo del texto y de acuerdo a la postura que se esté analizando. Nuestros tiempos y circunstancias nos impulsan a escribir y criticar al sistema, pues es posible que el desarrollo educativo y por tanto filosófico de nuestro país este sujeto a las condiciones sociopolíticas en las cuales vivimos.
Comenzaremos pues tratando  desarrollar algunas ideas de Maquiavelo que fueron plasmadas en su obra: “El príncipe” (1513-1519). Traté de seleccionar sólo algunas ideas que me parecieron puede reflejar o representar su pensamiento y postura política que es lo que aquí nos interesa. Tómese en cuenta la siguiente idea expuesta: Quien se haga dueño de una ciudad y no la aplaste, espere ser aplastado por ella[1]

Podemos interpretar varias cosas de este pequeña muestra, primero hay que entender que el concepto aplastar en este contexto es violento y el enunciado “hacerse dueño de una ciudad” como llegar a la cima de un puesto público en la organización social, lo que en nuestro contexto sería, por mencionar un ejemplo, llegar a la presidencia.

Respecto de la expresión “no la aplaste” pude darnos a entender que si el gobernante es demasiado misericordioso (ventaja o desventaja que se comentara más adelante) como consecuencia su pueblo se rebelará y lo aplastara a él. Cuestión que está dentro de la posibilidad, pero para evitar cualquier situación de desorden, el mandatario tiene que mostrar autoridad y no titubear:

Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero, destruirlo; después, radicarse en él; por último dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto número de personas, para que se encargue de velar por la conquista.[2]

Desde este primer momento se puede comenzar a mostrar la postura de Maquiavelo pues según la cita anterior estaría aconsejando al gobernante a ser lo menos misericordioso posible con su pueblo. Por tanto ¿estaría justificando acciones bélicas como el genocidio? Al parecer si, pues el gobernante o príncipe debe aplastar primero al pueblo, supongo que con  autoridad y arbitrariedad desmedida, lo cual provocaría un efecto de un equilibrio, buscar siempre el mayor bien del pueblo, evitando hecatombes que pongan en riesgo la integridad del reino o nación, la pregunta aquí es: ¿este equilibrio o paz social es legitimo siendo producto de la coerción?


Tal vez se intentarían justificar con la idea de que el príncipe debe ganarse el respeto de su pueblo para poder preservar el orden. Aunque desde mi perspectiva sostendría que la violencia y la arbitrariedad no son formas necesarias ni elementales para preservar el orden, incluso puede ser perjudicial para el gobernante, por lo que considero que: promover el respeto y orden por este medio (violento) no es una medida sensata en una justa organización política. Podemos seguir reafirmando la postura del Nicolás Maquiavelo con otras ideas expuestas en su obra El Príncipe, que ofreceré a continuación: Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos.[3]Ello lo dice Maquiavelo a fin de evitar la venganza, porque dicha acción debilitaría la soberanía de la autoridad.

La propuesta se sigue mostrando clara, pues en esta cita anterior, hay una disyunción exclusiva “o” es decir a los hombres o se les conquista o se les elimina, no muestra otra alternativa de acuerdo para gobernar, en este sentido: ¿estará agotando la manera de gobernar a una única visión o arquetipo en la cual no acepte alternativas y por tanto mantenerse cerrada? Aparte de que no menciona si la conquista puede ser violenta.
De cualquier forma Maquiavelo está apoyando una postura de organización política en la que por medio de la arbitrariedad y la violencia legítima, ejercida por el Estado, se mantenga el orden. Que es algo similar a lo que se vive hoy en día, en México y Latinoamérica, donde nuestro ilustre estado atemoriza a la población militarizando el país con la justificación de su supuesta “lucha contra el narco” pues temen que con el aumento del hambre y la miseria se geste una rebelión.

Esta estrategia o característica, de los gobernantes hacia cómo deben mantener el poder apoyaría, la ya gastada hipótesis que han propuesto algunos pensadores a lo largo de la historia, en la cual se dice que entre los seres humanos se da un fenómeno donde existe un opresor y un oprimido.

Rousseau en su libro del contrato social menciona algo relacionado con esto último en discusión, expresando: El argumento de Calígula equivale al de Hobbes, Grotio y Aristóteles (…) los hombres no son naturalmente iguales pues unos nacen para ser esclavos y otros para dominar.[4] 

Con este tipo de estrategias para gobernar y mantener el Estado, tal como en los siglos XVI-XVIII y aunado a la idiosincrasia maquiavélica, pareciera que los gobernantes apoyan esta propuesta y tratan de llevarla a la práctica actualmente. Desde mi punto de vista es una idea equivocada, que atenta contra la población y la subsistencia humana.  De entrada se está eliminando de una manera discriminante a un gran sector de la población, sosteniendo que unos nacen para ser sometidos.

Propongo es equivocada porque creo, que como seres humanos y animales racionales que somos, deberíamos mostrar las mismas posibilidades para desarrollarnos manifestando un respeto y así llegar a un acuerdo mutuo. De lo contrario se estaría apoyando la idea del dominio del más fuerte, propuesta  que creo es equivocada pues la fuerza no debe ser parámetro ni justificación de dominio, me apoyo en Rousseau: Puesto que ningún hombre tiene por naturaleza autoridad sobre su semejante y puesto que la fuerza no constituye derecho alguno quedan solo las convenciones como base de toda autoridad legítima sobre los hombres.[5]    

Pero al parecer a las estrategias de gobernación maquiavélicas estarían violando las convenciones justas y se postrarían a favor del autoritarismo gobernando con la fuerza brindada pos sus ejércitos e instituciones. Precisamente la fuerza del Estado se gesta en sus corporaciones, una de ellas y podría decirse que después del ejercito la más importante es la iglesia, pues Maquiavelo también nos muestra su complicidad directa con el estado: Los principados (…) se conservan dado que se apoyan en antiguas instituciones religiosas que son tan potentes y de tal calidad que mantienen a sus príncipes en el poder sea cual fuese el modo en que estos procedan y vivan.[6]
Es decir que los gobiernos (ya sea príncipe, presidente, mandatario, etcétera.) se aprovechan de la buena fe del pueblo, para por medio de las creencias y tradiciones atemorizar y dominar. Esta fuerza del Estado no sólo se rige en sus cuerpos represivos sino también por la vía espiritual, moral, educativa y cultural.

  


[1] Nicolás Maquiavelo, El príncipe. Ed. Porrúa, México DF, 2003, pp.12-13.
[2] Ídem., p. 12
[3] Nicolás Maquiavelo, El príncipe, Ed. Porrúa, México, 2003, p. 6.
[4] Jacobo Rousseau, El contrato social, Porrúa, México, p. 5.
[5] Ídem., p. 6.
[6] Nicolás Maquiavelo, Op. Cit., p. 28.

viernes, 10 de agosto de 2012

¿Qué tienen en común Maquiavelo, Moro, Montaigne, Cervantes y Shakespeare? PARTE III


Nadie, según ellos, ha de considerarse como enemigo, si no ha hecho mal alguno. La comunidad de naturaleza hace las veces de tratado. Y los hombres están más firme y fuertemente unidos por la benevolencia que por los tratados, por el corazón que por las palabras.
Utopía
Tomás Moro

Tomás Moro publicó su obra Utopía en 1516. La obra consiste en dos premisas, por una parte es una crítica de la sociedad europea contemporánea –especialmente la inglesa- en la que abarca una crítica al capitalismo naciente, mostrando en los utopianos un desprecio hacia la usura y las joyas, y la segunda como una alternativa radical mostrando una sociedad organizada por medio de la razón.

Política y jurídicamente la isla de Utopía estaba organizada por un magistrado, conocido como Sifogrante en el idioma antiguo de la comunidad o como Filarca en el moderno. A la cabeza de diez sifograntes se encuentra el Traniboro o protofilarca.

El total de los sifograntes, que son unos doscientos, después de juramentarse para elegir al hombre que consideran mejor, mediante escrutinio secreto eligen a un príncipe, haciéndolo entre cuatro candidatos que propuso el pueblo; cada cuarta parte de la ciudad designa un candidato que propuso el pueblo; cada cuarta parte de la ciudad designa un candidato y lo recomienda luego al Senado. El príncipe es un magistrado a perpetuidad, a no ser que se haga sospechoso de tener aspiraciones a la tiranía. Año por año se eligen los traniboros; pero se reeligen, a menos de existir motivos serios en contra de los mismos. Los restantes magistrados se renuevan anualmente.[1]


En Utopía se muestra una sociedad rigurosamente reglamentada igualitaria en cuanto al trabajo y la educación. Todos están obligados a desarrollar la agricultura y además de ello se forman en algún oficio, dejando las tareas menos arduas a las mujeres por su complexión más débil. “Además de la agricultura, que es, como ya he dicho, tarea común a todos, aprenden un oficio determinado: tejedores de lana y lino, albañiles o artesanos, o herreros, o carpinteros.”[2]  En Utopía los obreros que con frecuencia terminan oportunamente sus horas laborales, dedican su tiempo de ocio al estudio, con ello logra grandes progresos en su conocimiento, y finalmente es dispensado de ejercer su oficio y es incluido en la categoría de los letrados. 

Los magistrados no quieren obligar a los ciudadanos a que realicen contra su voluntad un trabajo superfluo, ya que las instituciones de aquella República esencialmente tienden a libertar a todos los ciudadanos de las servidumbres materiales […], y también a favorecer la libertad y el cultivo de la inteligencia. Creen ellos que en esto consiste la humana felicidad.[3]


La obra de Tomás Moro se puede tomar con muchas interpretaciones, sin embargo, a mi modo de verlo aparecen dos tintes: la nostalgia por la Edad de Oro y la transformación por la sociedad real. En síntesis Moro acuña la transición entre ambas partes a lo largo de la obra, con la convicción en las leyes, en la organización jurídica como medio para alcanzar la felicidad común.                                 

 En el pensamiento de Tomás Moro, se ha señalado que tiene influencia hedonista. Por ejemplo cuando él describe a los utopianos como gente vigorosa y sana y que disponen de los mejores hospitales y médicos. Pero cuando una futura pareja se va a casar son invitados a desnudarse mutuamente en presencia de testigos para descubrir a tiempo cualquier falta a la higiene o a la salud. “Sin duda, la moral hedonista de Moro descansa en la conformidad con la naturaleza y hace una distinción epicúrea entre los placeres, pero no reduce con todo las satisfacciones legítimas del pueblo y del espíritu a una mera ausencia de dolor”.[4]         Moro se presenta conservador en muchos aspectos, ello se muestra mejor en su capítulo De las mutuas relaciones[5], que explica las reglas de convivencia entre las mujeres y los hombres.                                                                                                                                             
 Moro no quiso el aniquilamiento del Estado, por el contrario en Utopía aparece un Estado casi perfecto, ya que el mismo autor concreta al final de su obra que “mientras tanto, y aunque no puedo dar mi asentimiento a todo lo que dijo Rafael, eruditísimo y gran conocedor de las humanas cosas, he de confesar fácilmente que hay en la República de Utopía, muchas cosas que desearía ver en las ciudades nuestras”.[6]Moro por supuesto defiende el papel de las leyes y las instituciones para la consolidación del Estado pero desea un tipo de organización semejantes a las que se discutieron y emergieron en la Antigüedad.


[1] Tomás Moro, Utopía, Porrúa, México, 2008, p. 51.
[2] Tomás Moro, Op. Cit., p. 53.
[3] Ídem., p. 57.
[4] Yvon Belaval, Op. Cit., p. 194
[5] Tomás Moro, Op. Cit., p. 58
[6] Ídem., p. 108.

domingo, 5 de agosto de 2012

¿Qué tienen en común Maquiavelo, Moro, Montaigne, Cervantes y Shakespeare? PARTE II


Los dominios así adquiridos
 están acostumbrados a vivir
bajo un príncipe o a ser libres;
y se adquieren por las armas propias
 o por las ajenas,
 por la suerte o por la virtud.
El Príncipe
Nicolás Maquiavelo

Nicolás Maquiavelo (1469-1527) pretende ofrecer en su obra El príncipe (1513-1519) una teoría científica o una descripción realista y veraz del origen del Estado y de cómo este –en la modalidad que se encuentre, República o Monarquía- debe mantenerse, cómo debe comportarse ante otros Estados y a su vez con respecto a sus ciudadanos.  
                                                
La obra la podemos dividir con dos objetivos amplios, por una parte exponer las razones del hundimiento político-militar que para entonces vivía Italia –de ahí su énfasis en que un Estado fuerte requiere de un ejército propio- y además exponer que la regeneración política se encuentra en la Virtù “la fuerza, la inteligencia, de una personalidad excepcional que imponga a la corrompida materia italiana la forma de un orden estatal capaz de perdurar más allá del mismo”.[1]     
   
La Virtù se desprende de una concepción providencialista, es decir, se aleja de aquella virtud moral que proclamaba la iglesia. Maquiavelo concebía un cambio drástico en Italia con una iniciativa inteligente y poderosa, ello se puede resumir en un elemento: la razón. Esta iniciativa inteligente debía recaer en un “nuevo príncipe” aquél capaz de dar una aplicación de las máximas de la ciencia política, ello a través de la experiencia moderna y el rescate de las lecturas clásicas.  
  
En este sentido, Maquiavelo sigue una línea realista. No vamos a encontrar en el autor aspiraciones de tipo utópicas, por el contrario, parte de la realidad y de lo concreto, de cómo son las cosas y cómo es el hombre y no de cómo deberían ser o actuar diciendo que: “siendo mi verdadero propósito escribir cosa útil para quien la entiende, me ha parecido más conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repúblicas y principados que nunca han sido vistos ni conocidos.”[2]            

 Concibe al hombre “con una naturaleza fija y permanente, la legalidad política es también constante y el saber político pueden tener un valor universal”.[3]El pensamiento de Maquiavelo es una buena muestra de la síntesis del pensamiento renacentista, por un lado la realidad contemporánea y por la otra el rescate y aprendizaje de la historia antigua.                        

El hombre, Maquiavelo, lo concibe como malo por naturaleza y esa maldad puede manifestarse en la ocasión oportuna. Por ello en el plano político poco importará la moralidad, lo que tiene relevancia es el cálculo político. Cuando se da la oportunidad debe aprovecharse pero con tiento, esto se justifica porque todas las aspiraciones deben ser concebidas para la conservación del Estado, que es concebido por Maquiavelo como la única garantía de paz y orden entre los individuos. Así pues el Estado se compone de dos planos: la seguridad y la autonomía, ambas características tienen su manifestación en las instituciones:

El Estado ejecuta esta función mediante los ordini (instituciones) que lo constituyen y mediante el ejercicio de la razón o prudencia política, esto es, de una capacidad de previsión para hacerles frecuente, que incluye el reconocimiento y uso de la oportunidad y la aceptación de la necesidad (lo que Maquiavelo denomina Virtù, haciendo abstracción de los componentes morales y de la referencia trascendente de la virtud cristiana).[4]

En el plano de la seguridad son necesarias las armas, por ende un ejército ciudadano. Ello es interpretado por Maquiavelo como una expresión del poder político y como muestra de autonomía. Otro punto importante en la formación del Estado es la parte religiosa, aquí Maquiavelo hizo una distinción muy atinada, el ciudadano será fiel al Estado a través de la Virtù y su religión, en este caso la católica, por medio de la virtud cristiana. Por ello el Estado y la Iglesia no pueden estar a la par, las dos no pueden tener todo el poder. Maquiavelo concebía a la Iglesia como sublevada del Estado y éste último representado en un soberano.   La religión, sin embargo, concebida como una institución del Estado puede y debe ser utilizado como una herramienta de poder para la formación cívica: “La religión será buena o mala en la medida en que sea políticamente útil o inconveniente y para Maquiavelo estás claro que, mientras la religión antigua, la romana, era políticamente eficaz al promover la Virtù política del ciudadano, la religión cristiana en su manifestación histórica es más bien inútil y nociva.”[5]Así pues el orden y la fuerza religiosa resulta fundamental para la construcción del Estado, sin embargo, esta fuerza debe obedecer a la necesidad política, al Estado sea príncipe o gobierno republicano.
                                                                                            
Con esto el Estado, puede transgredir la religión cuando sea necesario simulando un respeto hacia la misma. El comportamiento del Estado, según Maquiavelo, fluye en dos líneas o ejercicios: la simulación y la disimulación. La simulación consiste en lo que no se es y la disimulación en ocultar lo que se es realmente. “No es necesario que un príncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable que aparente poseerlas. Y hasta me atreveré a decir esto: tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas es útil”.[6] El arte de la simulación es explicado por el autor a lo largo del capítulo XV.                                        
En El Príncipe se muestra una clara defensa a la conformación del Estado, el desentrañamiento de cómo este funciona y de cómo debe mantenerse. Pareciera que Maquiavelo da todas las armas al soberano para que mantenga a los subiditos contentos, cumpliendo el contrato que se tiene con ellos puesto que Maquiavelo advierte que en un momento dado en el que los súbditos se percaten de que no se está cumpliendo el papel del príncipe puede desembocar en una revelación. En este sentido, Maquiavelo, el discurso de Maquiavelo puede ser interpretado como una buena herramienta para que los ciudadanos se concienticen y reconozcan cual es su papel y cómo ejercerlo.                                                    

 En cuanto al príncipe en sí, y basado en su teoría de la simulación, Maquiavelo concluye que “como el amar depende de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del príncipe, un príncipe prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, pero, como he dicho, tratando siempre de evitar el odio”.[7] La conclusión de este capítulo recuerda a la concepción pesimista que tiene Maquiavelo del hombre mismo, “el fundamento más profundo de todo el maquiavelismo es esta idea, de que los hombres son los tristes hombres, o de que son malos; es esta antropología pesimista, la conclusión de este capítulo es una máxima maquiavélica”.[8]Sin embargo, según Gaos, la novedad no es aquí el pesimismo hacia el comportamiento del hombre sino:

La amoralidad, incluso la “aculturalidad”, permítaseme el vocablo, del poder político, sí la es, si no en el orden de la actividad política históricamente real, en el orden de las ideas políticas declaradas y profesadas: porque ni siquiera los sofistas o las encarnaciones más o menos figuradas de ellos […] había tenido el serenamente audaz cinismo del declarar, sin simulaciones ni disimulaciones – o faltando a los preceptos dados a los príncipes el preceptor de éstos-, que la actividad política históricamente real está justificada, si puede seguir diciéndose así, por su éxito en la persecución de su finalidad: la adquisición y la conservación del puro poder político, a como diese lugar…[9]

Los Discursi (1513-1517) de Maquiavelo, es una obra que definitivamente no se puede dejar pasar para profundizar en el pensamiento del autor. Si bien es cierto que El Príncipe es más que claro en sus objetivos y argumentaciones, ello no es la síntesis de las creencias de Maquiavelo.

La única oposición, pero de popularidad y no de contradicción, que pordía establecerse entre los Discorsi y el Príncipe, sería la que se da entre la tesis y la hipótesis, o dicho en otras palabras, entre el ideal y la realidad. La tesis, el ideal, es la república, y consiguientemente la libertad y la democracia. La hipótesis, una hipótesis desesperada pero inexorable, es el principado despótico. He aquí la única dicotomía posible –pero no antinómica, una vez más- en el pensamiento de Maquiavelo.[10]

Una cosa es que haya desmenuzado el Estado y el papel del príncipe y otra que estuviese de acuerdo con ellos. En otras palabras, partiendo siempre de la los acontecimientos cercanos, Maquiavelo concibió otra realidad leja de utopías. “Si la república es el mejor de los regímenes mixtos, el que como en Roma, mayor capacidad tiene de mantener el equilibrio de fuerzas, Maquiavelo admite cierta variedad de Constituciones, según la diversidad de tiempos y países”.[11] Por último, cabe decir que en sus Discorsi, Maquiavelo describe la libertad como un estimulo natural para la industria y el comercio “que anima a los ciudadanos a traer al mundo niños que con talento, podrán llegar ser jefes de la república, gracias a la competencia el que busca su propia ventaja trabaja para el bien general”.[12]


[1] Emilio Lledó, Historia de la filosofía, Santillana, México, 2004, p. 113.
[2] Nicolás Maquiavelo, El Príncipe, Porrúa, México, 2011, p. 39.
[3] Emilio Lledó, Op. Cit., p. 114.
[4] Ibid.
[5] Ídem., p. 115.
[6] Maquiavelo, Op. Cit., p. 45.
[7] Ídem., p. 44
[8] José Gaos, Historia de nuestra idea del mundo, FCE, México, 1973, p. 248.
[9] Ídem., p. 251.
[10] Maquiavelo, Op. Cit., p. 24.
[11] Yvon Belaval, Historia de la filosofía: La filosofía en el Renacimiento, Tomo V, Siglo XXI, México, 2006, p. 88.
[12] Ídem., p. 89.